Organización ocupada en impulsar el Desarrollo Humano , reconocida por su aporte en la transformación de la sociedad; que fomenta la No-Violencia Activa, la participación social y la equidad de genero. (Santo Domingo, Republica Dominicana)
sábado, 16 de julio de 2011
HUESPED MAYOR EN TRES INICIACIONES (Manuel del Cabral)
INICIO PRIMERO
¿Tendrán los ciegos, oh infinito,
más niebla que los ojos que te miran?
He procurado contemplarte con la tranquilidad
que me es dable como humano.
Luego he querido hablar,
pero he comprendido que el sonido no es puro;
sólo cuando yo estoy junto a los niños
a nombrarte me atrevo, oh infinito.
A veces me es difícil convencerme
de que estoy hecho del material de tus distancias.
Pero si no viviera entre las sombras,
¿con qué estuvieran hechas mis preguntas?
Si no existiera la muerte de una madre o de una niña,
¿cómo podría pensar en ti,
en tu impasible silencio de grandeza?
¡Oh infinito, cómo puedo ser hombre
si tú desde lo alto me enseñaste a ser niño!
INICIO SEGUNDO
Si en el temblor de una yerba con rocío
puede mi instinto alimentarse de tu espacio,
¿con qué ojos puedo mirarte?
¿Con qué frente puedo concentrar tu inefable estatura?
Una ventana abierta poblada de tus altos secretos
me recoge, a ratos, con una quietud, con una serenidad
que sólo comprende tu silencio de estrellas.
Suelo, entonces, conversar conmigo mismo,
y acurrucado en mi propio pensamiento
encuentro que es un crimen que me llame Manuel,
encuentro que es un crimen el tamaño del hombre,
encuentro que es un crimen su tamaño de carne.
Y sólo tú, oh infinito,
recoges mis preguntas, te ocupas de esta hormiga,
te ocupas de limpiarle su mirada y la frente,
te ocupas de quitarle su cantidad de tierra.
Porque tú, sólo tú, inevitable infinito,
eres humilde en esta brizna de yerba húmeda temblando.
¡Enséñame a decírselo a los hombres!
INICIO TERCERO
Hoy he recobrado todas mis fuerzas, me he preparado
para poder contemplar tu plural presencia.
El hombre, es verdad que piensa,
pero es difícil, dentro de su brevedad,
que pueda comprender lo total de tu anchura,
la dignidad de tus nieblas,
la cualidad de tus abismos;
ni siquiera presiente
la grandeza de los pequeños seres que lo rodean
y que tienen su secreto tan justo,
tan virgen como el de los astros.
Pero el hombre puede derribar desde su frente
a las bestias que viven en su sangre desde su origen;
y entonces, oh infinito,
a pesar de tu extensión, a pesar de tu altura,
a pesar de tu distancia sagrada,
la pobre criatura del hombre, podrá, sin gran esfuerzo,
comprender que todo aquí es vorágine,
pura vorágine;
y podrá, también, comprender que lo soltó un hondero;
que somos una piedra —quizá la de David—,
una piedra que hace siglos anda en busca de su blanco,
pero una piedra, ¡ay!, que no encuentra al gigante,
porque inefablemente rueda dentro de él.
¡Oh infinito, sólo mi nacimiento puede dolerme igual
que tu presencia Virgen ante el hombre!
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